“El Señor se ha valido de pequeñas cosas para traerme hasta aquí”, Pablo Romero Santa

La Purísima de Yecla acogerá la celebración de su ordenación sacerdotal el próximo sábado, 21 de julio, a las 11:00 horas

“Esto es del Señor. ¿Qué le puedo dar yo? Mi pequeñez y mi abandono en Él”. Con esta frase se presenta Pablo Romero Santa, diácono del Seminario San Fulgencio, ante su ordenación sacerdotal. Tras seis años de formación y discernimiento vocacional, un año en el preseminario y muchos más de compromiso parroquial, el próximo 21 de julio, a las 11:00 horas, en la parroquia de La Purísima de Yecla, será ordenado sacerdote.

La vocación de Pablo fue forjándose poco a poco, desde la infancia. Nació en el seno de una familia cristiana, hace ya 24 años. Sus padres pertenecen al Camino Neocatecumenal y desde niños, tanto a él como a sus cinco hermanas pequeñas, les han inculcado la fe y les han enseñado a rezar. “Eso fue una primera base, un primer germen que puso el Señor”, asegura el diácono.

La figura de los monaguillos le llamó mucho la atención desde pequeño, por lo que decidió comenzar a servir en el altar como uno de ellos. “Un primer lazo que el Señor me tendió para decir, tú eres para mí y no te vas a escapar”. Pablo tiene claro que su vocación se ha ido manifestando con “pequeños detalles que han sido un toque de gracia de la mano del Señor para decir: tú eres mío, yo te quiero y tengo algo preparado para ti”. El ser monaguillo y estar cerca del altar le acercó también a la figura del sacerdote. Esto fue para él “la primera caricia del Señor”.

Más adelante, tras la catequesis de Confirmación, conoció a dos chicos jóvenes, mayores que él, Carlos Casero y Daniel Díaz (ambos sacerdotes diocesanos hoy), que empezaron a comprometerse más en su parroquia, La Purísima de Yecla. Se hicieron amigos y mutuamente se ayudaron a llevar una vida cristiana más comprometida. “Eso fue otra caricia del señor”, explica Pablo. De los tres, el primero en entrar al preseminario fue Daniel. Su decisión hizo que en el corazón de Pablo surgieran muchas preguntas. “El colmo fue cuando entró Carlos –comenta entre risas el diácono–, eso fue otro toque de atención en mi vida”.

Todas esas cuestiones que empezaron a rondarle la mente y el corazón las consultó con el entonces coadjutor de su parroquia, con quien empezó una dirección espiritual. Un tiempo después, en marzo de 2011, asistió a una convivencia en el seminario, donde descubrió que había más jóvenes de su edad con las mismas dudas e inquietudes. En septiembre, con 17 años, comenzó el preseminario, un tiempo en el que pudo profundizar en su vocación y en la figura del sacerdote; una etapa en la que tuvo muy presentes los testimonios de dos presbíteros diocesanos, Miguel Conesa y Dámaso Eslava, que, según él mismo asegura, han marcado su camino vocacional y le han animado a entregar su vida “a Cristo y a las almas”.

“Vi como el Señor confirmó su obra y se valió de pequeñas cosas para traerme hasta aquí. En ese año del preseminario pude ver que no eran tonterías, que había sido la mano del Señor que había ido tocando mi vida y es Él quien ha dicho: tú eres mío, yo quiero para ti algo más y es que seas sacerdote”. Un año más tarde, el día del Dulce Nombre de María, el 12 de septiembre de 2012, entró en el Seminario San Fulgencio. “La figura de la Virgen, como buena Madre, ha sido mi ejemplo en el seguimiento al Señor, dando un sí generoso y confiado, como ella”, relata.

Hace siete meses, Pablo fue ordenado diácono junto a sus compañeros de curso: Mauricio, Andrés y Ramiro, todos ellos ordenados sacerdotes en las últimas semanas. Durante estos meses ha estado de labor pastoral en la parroquia de San Juan Bautista de Archena, donde ha “disfrutado” de la etapa del diaconado. “Este año ha sido el poder gustar ese celo pastoral por las almas, esa entrega, que es a lo que el Señor me llama –relata emocionado–. He vivido las primicias: me he podido quitar el miedo a predicar en el ambón, he hecho el primer bautizo, la primera boda, el primer entierro. Yo, que me veo tan pequeño… He podido experimentar cómo el Señor, cuando uno se fía, obra, y ha obrado en medio de la comunidad de Archena donde he estado sirviendo”.

Durante su proceso vocacional surgió la vocación de una de sus hermanas, Raquel. Fue hace dos años, cuando esta decidió entrar en el monasterio de Carmelitas Descalzas del Amor Misericordioso y de la Madre de Dios, en Piedrahita (Ávila). “Eso ha sido también un motivo de alegría y de hacer con ella espalda con espalda, de poder compartir el don maravilloso de la vocación y poder animarla en la perseverancia. Hay un vínculo que es mucho más fuerte que el propio de ser hermano; se ha creado también un vínculo espiritual de ayudarnos mutuamente, de rezar el uno por el otro, de caminar juntos”.

A tan sólo unos días de su ordenación sacerdotal, Pablo se presenta “con un sí generoso y con la actitud de decir: Señor, aquí estoy porque me has llamado”. Una confianza que le da el saber “que la obra es Suya”.

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